Sitio curricular de Osvaldo Sánchez.
Músico argentino, compositor e investigador.
Sus creaciones están basadas en los sonidos originarios de Sudamérica aplicados al desarrollo intelectual de la música universal.

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Canción sagrada del viento, nota para la revista cultural Lilith


Canción sagrada del viento
La épica e invencible música mapuche
Por Osvaldo Sánchez

Con la presencia del amanecer recorro los caminos de mis venas.
La vida viene del este, sabiduría nativa que nos impide olvidar la vertiente vital que cada nuevo día desciende del sol. Y recuerdo mi pretérita rutina de merodear bosques de pehuenes, de danzar en las rogativas, de combatir con lanza al europeo. También me recuerdo cruzando mares, soñando conquistar tierras, fundando ciudades.
Mis abuelos aborígenes lucharon contra mis abuelos invasores, hubo sangre derramada. La historia podría haber sido otra, pero así fue. Muchas cosas perdieron mis ancestros nativos a mano de mis ancestros extranjeros. Pero no se puede derrotar al viento; al viento que se hizo música y para siempre vivió.

I. Vio por vez primera la piel de hombres distintos; y sin perder su estirpe fundió una nueva piel.

Mi memoria se busca entre el polvo surcado por rayos de sol del mediodía. Por esta pampa cruzó el malón; por ella volvía huyendo de la milicia. Trescientos años no alcanzó para que el extranjero doblegara la raza mapuche; debió salir desde la misma tierra quienes lo hicieran.
En el comienzo de la conquista la torpeza diplomática de los blancos generaba feroces enfrentamientos. El español no pensaba otro destino que el sometimiento aborigen y la respuesta fue el malón, temible reintegro de la invasión a su tierra.
El conquistador trocó en criollo a través de su linaje, se hizo latifundista y levantó fortines para proteger sus estancias. Creó fuerzas armadas e invadió frecuentemente territorios nativos saqueando tribus enteras, asesinando hombres, niños, violando a sus mujeres. Pero el aborigen respondía con estrategias parecidas: entre la descendencia de aquellos guerreros algunos hay de ojos azules, resultado tal vez de la cruza con las monjas que en malones se llevaban de los conventos.
Hacia fines del 1700 los belicosos militares de la frontera bonaerense sostenían que la lucha contra el indio debía concluir con su total desaparición. Por entonces fueron famosos los caciques Guchulep y Callfilqui quienes, hartos de ver caer a los suyos, decidieron organizarse en ejércitos. La consecuencia fue cientos de españoles, criollos y aborígenes muertos.
El primero en intentar una base conciliatoria con los indios fue Mariano Moreno una vez asumido el primer gobierno patrio en 1810. Un enviado suyo le informa que la manera hostil de tratar al indio hizo hasta esa instancia imposible su reducción. Se vivió entonces una pequeña etapa de paz. Invitados los caciques por el gobierno para reconocer sus derechos se proclamó la integración de aborígenes y criollos en una sola familia.
Pero la tierra seguía siendo patrimonio del latifundista y los indios tornaron en sufridos peones. La paz se quebró cuando Yanquetruz, molesto por esta situación, se rebeló. El general Martín Rodríguez salió a perseguirlo sin éxito, pero en su fracaso torpemente aniquiló tribus pacíficas generando la natural reorganización de los guerreros en uno de los malones más grandes y devastadores que se recuerda. Los mismos militares que plantearon la paz volvieron a considerar como única solución la continuidad de la guerra hasta lograr el exterminio.
Así pasaron el gobierno de Rivadavia y el de Rosas. El primero envió a combatir con los Ranqueles al coronel prusiano Rauch -ex soldado de Napoleón- quien incorporó la moderna técnica militar del degüello; el segundo se ocupó personalmente de las campañas aniquilando miles de aborígenes.
Surge luego de estos gobiernos la figura del más encarnizado enemigo de los huincas (blancos), el célebre Cafulcurá. Se trata de una época de esplendor para el indio combatiendo en todos los frentes, eligiendo en que momento pelear y en cual negociar; venciendo siempre se consagra amo y señor de las pampas.
Luego de la muerte de Cafulcurá toman el liderazgo los jóvenes caciques Sayhueque y Chacayal. De esos días proviene la fama que como expertos jinetes gozaron estos indios, su maestría para montar al caballo fue como la pampa, infinita.
Con la llegada del gobierno de Avellaneda y su ministro de guerra Alsina nació una nueva planificación para disputar el poderío indio. Hicieron su aparición los caciques Catriel, Namuncurá y Pincén; el ciclo de victorias y derrotas se alterna entre ambos bandos sin que merme seriamente la supremacía del Ranquel, retoño pampeano del milenario Mapuche.
Tras la muerte de Alsina asumió como ministro el general Roca introduciendo un arma nueva y decisiva, el Remington, fusil de largo alcance. El derrumbe de la potente raza aborigen fue fulminante, nada pudo hacer el guerrero de lanza y boleadora contra los disparos a repetición. El blanco conseguía finalmente arrancar de su tierra al natural dueño. El plan de exterminio se hizo luego taimadamente cruel: con la excusa de hacer nuevos pactos de paz los militares se acercaban a las tribus a conversar con los caciques mientras los soldados escondidos en los alrededores esperaban la señal de su superior para matar en el momento oportuno.
Pero el exterminio definitivo no se logró y muchos aspectos de la cultura mapuche se mantienen vivas. Entre ellos la música, invencible en su pureza y enérgica en su capacidad de conquistar territorios dentro del mundo artístico para cimentar en su mestización lo que hoy llamamos folclore patagónico.

II. Solo conocen sus ojos caricias de sol y viento.

Avanza la tarde. Una mano invisible dibuja sobre el vidrio del vehículo las últimas muecas frías de otra llovizna invernal. Intuyo ya cercanos los bosques del Neuquen y siento que este viento apurado es un legendario potro que restituye al indio a su tribu, luego de otra batalla más.
Pero no es viento lo que rueda por las estepas de la tierra mapuche. Es música devenida en viento; es el sonido atávico que nace del choque del aire con la roca, de su paso mugiente por los bosques, de su desliz por los lagos, de su coda ralentada entre las bardas, del madurado silencio que resuelve en las mesetas.
Afirman los mas viejos nativos que el padre creador de la música es el viento; por eso la música mapuche no es estructural sino natural, casi un evento geográfico. Es lo que brota de un instante. Es un evento de la tierra que saca de adentro lo contenido por el alma al despedir un ser querido, al recolectar los frutos, al agradecerle al sol.
La música es lo que la cultura mapuche aprendió del viento, para celebrar la felicidad, para resistir el dolor. Según ellos mismos sentencian con el canto no hay soledad, y mientras vivan las antiguas melodías vivirá el alma de la raza, con la música no habrá ocaso para el hombre.
El mundo aborigen prehispánico vivía en contacto con la naturaleza y mantenía así un sentido del equilibrio con aquello que lo rodeaba. Se desarrollaba en los individuos una fuerte percepción de los sentidos a través de los olores, los colores, los sabores, las texturas y el sonido. El sonido precisamente los introducía en una dimensión con infinitos significados imposibles de comprender desde la visión conquistadora que luego llegó. Las sutiles gamas del sonido que el entorno contiene son atrapadas y devueltas en canto, en viento.
A diferencia del criterio europeo, la música mapuche no se rige por reglas formales. Está basada en módulos rítmicos y melódicos provenientes de una tradición milenaria transmitida de generación a generación con una visión religiosa, cósmica y mitológica que se funde con la danza, la poesía y la representación dramática.
Hay dos tipos de canto, el sagrado y el popular. El Tayül, canto sagrado, es casi a capella y nunca es interpretado de la misma manera ya que se basa en las emociones que emanan de lo profundo y desde esa profundidad surge como algo sagrado. Pero también existe el canto popular, Ül kantum, un poco más cercano a lo esquemático, a veces entonado en grupo y nacido de un argumento.

III. Tiene el destino en las manos, sabe en el tiempo mirar

Anochece. Al mirar la nieve en su última blancura intuyo que aún quedan hundidas las huellas de los dioses que en esta tierra acompañan hasta la eternidad al viento en su sagrada canción.
Se cuenta que Futachao, el dios supremo mapuche puso el Kultrún -tambor- en manos de la Machi –chamán, hechicera-. Con el secreto perfume de las maderas que fue tallado encierra voces sacras y, para que esas propiedades no se escapen, sus constructores ajustan con rigor el parche de cuero.
El Kultrún es el instrumento ritual por excelencia. Nace para ser compañero de los trances míticos, por eso su nacimiento es ceremonial. Según la tradición, antes de ser tensado el cuero, la Machi introduce su voz en él. Y con su voz va su alma.
La forma del Kultrún es la de una esfera a la mitad, como un plato de madera cubierto con cuero pelado. Su superficie representa el mundo dividido por una cruz que alude a sus cuatro rincones y simboliza el equilibrio entre los seres vivos y el cosmos. En el centro establecido por las dos líneas se ubica metafóricamente la Machi para actuar según los poderes la asistan. Cuando ella toma el tambor tiene el mundo en sus manos.
Toda la actividad de la Machi está ligada al instrumento hasta el día de su muerte; el Kultrún es una extensión de su cuerpo. Con el instrumento cerca de su pecho y de su oído tañe el parche y entona el canto chamánico caracterizado por un ritmo monótono y perseverante durante largo tiempo. Así consigue dividir su ser y volar con su alma al más allá, a la altura de sus entidades supremas para recibir gracias o respuestas. Dotada de facultades adivinatorias y terapéuticas en el campo de batalla entre el bien y el mal ella es la representante divina.
La hechicera bate el parche sin cesar, como antes, como siempre. Cantará toda su vida invocando a los dioses y antepasados en beneficio de su pueblo. Una vez fallecida alcanzará alturas míticas y, como todos sus antecesores incluyendo caciques, guerreros y fundadores de linajes, continuará velando por la prosperidad de su raza.

IV. Entró a bailarle en la sangre muy profundo el viejo ritmo.

No es posible dormir, hace siglos que esta raza no duerme; no vaya a ser cosa que por la ventana se meta el olvido ladrón. También despierto, sueño mis pájaros agoreros, sé que de esta tierra se sale con un canto volador en el morral.
Los mapuche guardan dinámica memoria del sentido sagrado de su música. Durante siglos han mantenido las hereditarias rutinas en relación a la ejecución de sus instrumentos musicales. No pueden tocarse en cualquier ocasión ni por cualquier integrante de la tribu, hay sobre estas normas un respeto sagrado, el transgresor sufrirá consecuencias celestiales. En las rogativas -conjunto de ruegos- la Machi bate el Kultrún mientras acólitos masculinos soplan Pifilcas y otro ejecutante hace sonar la Trutruca. Este trío de instrumentos conforma el Pillantún, orquesta sagrada.
La Pifilca, tubo de madera o piedra de un solo orificio con fondo, tiene entrada y salida de aire por el mismo lugar, de bella y particular construcción adecuada para sostener con una sola mano suele a veces tener forma de animal, vegetal o figura humana. Su registro es agudo y con ruido a viento. Las Pifilcas en conjunto ofrecen un espectro disonante que deja la sensación de algo gigantesco cuando los ejecutantes son numerosos.
La Trutruca se ocupa de complementar el conjunto con sonidos graves. De construcción sencilla consiste en una vara de caña o madera ahuecada, de unos 3 o 4 metros de largo con un cuerno al final que emite notas penetrantes. Por lo general es recta y su postura vertical; pero hay variedad y algunas de ellas tienen forma de espiral.
Otros instrumentos originarios de esta cultura son el Kullkull y la Huada.
El Kullkull es similar a una trompeta confeccionada con hojas enrolladas. Con la llegada de los vacunos a esta tierra empezó a confeccionarse con cuernos. A veces se usa como complemento del Pillantún y otras para llamar de una ruka -casa- a otra.
La Huada es una sonaja fabricada con distintos elementos, siendo la calabaza con piedritas en su interior la mas habitual.
Finalmente debemos citar al Lolkiñ, usado en ceremonias de iniciación de una Machi y ejecutado por un solista. Se trata de una flauta construida con madera del vegetal del mismo nombre. Tiene la particularidad que en vez de soplarse debe ser aspirada para que emita su sonido.
Hasta aquí la descripción de sus instrumentos originales. Pero, dentro de lo complejo que resulta hacer una recopilación completa debo agregar los siguientes de origen mestizo, es decir del encuentro del mapuche con otras culturas americanas:
El Koolo, similar a un violín, producto del encuentro con la cultura tehuelche.
El Quinquercahue, similar a un violín grande, adaptación propia del de sus hermanos araucanos. Cabe aquí aclarar que Araucano y Mapuche son dos términos que afectan a una misma raza, unos moradores del lado chileno y otros del argentino.
El Piloloi, construido en madera o piedra con orificios uno al lado del otro, producto de su encuentro con las culturas andinas del noroeste.
Finalmente el Trompe y las Cascahuilas. El Trompe es una pieza metálica con forma de lira que suena usando la propia boca del ejecutante como caja de resonancia y se percute con un dedo. Las Cascahuilas son un manojo de cascabeles de metal atado a los tobillos o las manos. Posiblemente sean los únicos instrumentos nacidos a partir del contacto con el europeo.

V. Se nace en cualquier parte, es el primer misterio inapelable.

Otro amanecer. Soy uno más entre los millones que nació de este lado del mar y que desde su lugar ve llegar la vida con el sol. ¿Será por eso que en un principio mis antepasados nativos abrieron sus brazos a mis antepasados extranjeros?. Al venir sus barcos del este deberían haber traído vida.
La raza mapuche fue una de las pocas no vencidas por el español. Su naturaleza tenaz y aguerrida mantuvo dinámicas muchas de sus costumbres, entre ellas la música. Durante los largos períodos de guerra el temperamento nativo se afirmó y su música, lejos de perderse, se vigorizó. De lo sagrado pasó a lo profano y desde allí, junto a otro ritmos del extremo sur, sentó las bases del folclore patagónico para enriquecer aún más el arte musical argentino.
Son numerosas las fuentes literarias y musicales que puedo citar. Pero la más importante de todas no tiene registro en los catálogos. Se trata de quien fue un libro viviente, un viento bueno que hoy nos falta tanto, Aimé Painé. Narradora apasionada supo contar y cantar, desde su cálida voz, la belleza sumergida y desamparada de una de las culturas más trascendentes que dio la humanidad.
Tenía la seducción y personalidad necesarias para brillar bajo las luces del comercio musical; sin embargo aceptó el mandato de una Machi de mostrar al mundo huinca su legado sonoro puro, sin retoques.

Bibliografía:
* Las matanzas del Neuquen, de Curruhuinca Roux, Editorial Plus Ultra, 1985.
* Barridos por el viento, de Roberto Hosne, Editorial Guadal, 2004.
* Cultura y civilización desde Sudamérica, de Guillermo Magrassi, Alejandro Frigerio y María Maya, Editorial Búsqueda-Yuchán, 1982
* Tres entidades Wekefü en la cultura mapuche, Else María Waag, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1982
* Misterios y leyendas de la Patagonia, de Gloria Arrigoni, Susana Medrano, Raúl Rodríguez y Víctor Covaro.
* Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano, Siglo Veintiuno Editores, 1985

Fuentes sonoras:
* “Plata, Canciones de origen mapuche”, Beatriz Pichi Malén.
* “La polca del rosedal”, Hermanos Berbel.
* “Trabún Mapu, Tratado de la tierra”, Marta Pirén.
* “Vientos del sur”, Marta Pirén.
* “Cutral Co”, Rubén Patagonia.
* “Miremos al sur”, Rubén Patagonia.

Los títulos de cada ítem pertenecen a fragmentos de los siguientes temas musicales:
I. Neuquen Trabún Mapu, de Marcelo Berbel y Osvaldo Arabarco.
II. Nahuel el indio, de Hugo y Marcelo Berbel.
III. La última Machi, de Marcelo Berbel.
IV. Yapay Peñi, de Luis Rosales.
V. Definición de la patria, de Julia Priluzky Farny y Julio Lacarra.


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